¿Somos racionales o racionalizadores?
El ser humano presume de ser racional, pero ¿qué sucede para que en multitud de ocasiones no actuemos racionalmente?
Estudios interesantes, a la vez que inquietantes, de Psicología Social nos muestran que nuestra conducta tiende a evitarnos la tensión de no ser coherentes con nosotros mismos más que a llevarnos a la racionalidad.
A esta conducta tan humana de evitar sentirnos mal al tener dos creencias o actitudes opuestas Elliot Aronson, prestigioso psicólogo social, la llamó disonancia cognitiva.
Por fortuna para nosotros, la PNL (Programación Neuro Lingüística) nos enseña los circuitos que siguen nuestros pensamientos y nos ayuda a comprenderlos y trabajarlos.
Podemos buscar ejemplos de disonancia cognitiva en todas partes: en la política, en el deporte, en nuestra vida cotidiana, en nuestros hábitos…
Un ejemplo de comportamiento humano común de cada lunes, cuando encontramos gente que habla de fútbol, es justificar como aguerrida y llena de virilidad la entrada del defensa de su equipo. En cambio el carnicero defensa central del rival iba con una manifiesta mala intención. La actitud hostil de un entrenador se ve como una gran capacidad de gestión de la comunicación, para liberar de tensión a los jugadores. Igualmente una indefinición de otro entrenador puede verse como una obra maestra de gestión del tiempo. Depende del cristal con que se mire. Y ese cristal es la evitación a toda costa de esa disonancia cognitiva. Nos creemos personas sensatas, con criterio, y necesitamos estar en lo cierto. No podemos soportar mucho tiempo una dualidad entre creencias y hacemos lo necesario para reducirla.
Otro ejemplo incómodo lo encontramos en el hábito del tabaco.
Si alguien nunca ha fumado, ante la avalancha de información que encuentra, si no tiene presiones sociales cercanas, puede que no lo llegue a hacer en su vida.
Si alguien no lo ha hecho nunca, pero se encuentra en un entorno donde está bien visto fumar por razones en las que ahora no entraremos, dependerá de la presión social de su entorno para que llegue a consumir tabaco. Un razonamiento perverso, aunque aparentemente lógico, nos dice “me gusta esta persona, esta persona fuma, luego el tabaco no puede ser tan malo porque si no, sería estúpido por mi parte que me gustara una persona que hace estupideces”.
El último giro a la cuestión lo tenemos cuando alguien ha intentado dejar de fumar y no lo ha conseguido. En ese momento las poderosas fuerzas de nuestro inconsciente nos protegen del incómodo stress de sentirnos disonantes, y nos dice que, después de todo, tampoco hay para tanto con lo del tabaco, que no siempre se cumple, que el vecino de arriba murió a los 102 años y fumaba como un carretero…y que en el fondo, el Ministerio de Sanidad exagera con lo de las cajetillas de tabaco, porque básicamente, son de mal gusto los eslóganes que ponen, y es más importante mantener las formas y mi libertad individual que asustar al personal de esa forma mezquina…¿Os suena de algo este razonamiento?